jueves, 2 de enero de 2014

Quizás la lluvia

Yo la vi.

Descendía por la ladera abajo, en su parte oeste, muy cerca de donde yo tengo mi morada. Iba absorta en quién sabe qué pensamientos, enjuta y levemente inclinada bajo un peso invisible, la mirada dura y finos los apretados labios, como si contuviera algo que estuviera a punto de decir. Parecía portar la carga de un miedo infinito, ancestral, pardo, espeso y hosco; como costras adheridas a la piel.

La vi pasar y no pude decirle nada. Si ni los remansos de agua clara, ni las pequeñas torrenteras que bajaban de la cima habían lavado su miedo, ¿cómo podría yo sanarla? Si ni los grandes olmos, ni los abrigos rocosos la habían guarecido, ¿qué podía yo ofrecerle? Si ni la noche incierta, ni la gélida brisa, ni el sol inmisericorde la habían detenido, ¿cómo podría yo retenerla? Si ni el canto de la alondra, ni el rumor de viento habían aquietado su alma insomne, ¿cómo podría yo turbarla?

Yo la vi y supe que nada podía lavar sus pústulas. Quizás la lluvia...

Mujer bajo la lluvia en tarde de sol (Tatiana Esmeralda Fierro)

lunes, 23 de diciembre de 2013

Solo fue ayer




He recordado a una niña muy pequeña de la mano de su madre y sus hermanos yendo llena de ilusión a ver la cabalgata de los Reyes Magos.  Mientras, su padre estaba trabajando hasta muy tarde.
A la niña que pasaba horas y horas viendo unos cuentos preciosamente ilustrados aún sin saber leer del todo. Mirando aquellos buenísimos dibujos de unos libros tamaño folio y tapa dura, los cuentos de antes, muy delgaditos pero magníficos. 

Los reyes siempre acertaban con los cuentos… hasta que cerraron la pequeña papelería que vendía sobres azules cuando aún se escribían cartas y había todo un menú de papeles diferentes para escribir.  Cuando se vendía tinta azul, tizas de colores, lápices que olían a madera y adornos de navidad de papel seda de colores que formaban guirnaldas, farolillos y banderitas.
Y aquellas luces, las luces amarillas, rojas, verdes y azules que llenaban de vida y color las calles.
Solo son recuerdos.

Mucha salud y mucha suerte. Hay todo un año por delante por estrenar.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Sea!

Deva, Clara, Holden, g minúscula y Víctor: mis mejores deseos para vosotros, no sólo durante estos días, sino durante todito el 2014.

Y para todo el que tenga a bien pasarse por aquí.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Perfil de la ruta de la serenidad


Se trata de una ruta de alto nivel que requiere cierta preparación previa, no apta para indecisos.

No hagas caso de quienes te digan que es dura, son sólo los que no se atrevieron y su consuelo es que no te atrevas tú.

Es conveniente soltar lastre desde el comienzo, ya que esto dificulta la subida repentina que hay nada más comenzar.

Para no perderse en las muchas encrucijadas, llevar siempre un mapa que señale los pasos que hemos seguido hasta llegar al punto actual.

No malgastes tu energía quejándote del polvo del camino, del calor o el frío, de la lluvia o el viento: debes saber que todo ello forma parte del paisaje.

No pidas ser remolcado por nadie ni siquiera un corto trecho, porque agotarás las fuerzas de tu compañero y tendréis que desandar el camino.

Párate a observar todo lo que te encuentras, pues para disfrutar el paisaje de la cima debes conocer bien el sendero.

Las rozaduras se convertirán en pequeños y satisfactorios trofeos personales cuando consigas tu objetivo.

Puedes colgar en cualquier rama todo lo que te sobra, lo mejor es llegar con lo imprescindible.

A medida que subas notarás que respiras mejor y te sientes más ligero.

A poco que te apliques, podrás alcanzar la cota más alta: siéntate en cualquier piedra a observar de nuevo el mundo desde esa perspectiva, calma tu sed con agua fresca, deja que el viento despeje tu mirada mientras besa tu rostro.


¡Entonces te darás cuenta de lo pequeño que se ve todo!




jueves, 21 de noviembre de 2013

Duermevela




La vi danzando delante de mi. 

Una llama, una gran y brillante llama formada por pura luz  que perfilada como una figura humana  danzaba rítmicamente. Se mecía hermanada con la gran hoguera que iluminaba el claro del bosque.
Había llegado allí por un camino de tierra limpia, árboles frondosos con toda la gama de verdes de una paleta de pintor y alguno más imposible de igualar. Setos angostos y pequeñas y retrasadas flores que se rendían  al frío.
Aquella figura roja, naranja y amarilla cambiaba su brillo y bailaba al compás de la hoguera, unos pasos alejada del círculo de fuego que acariciaba sin quemarles las ramas más altas del arbolado. No se mezclaba con ella, no se tocaban, pero una completaba a la otra. Saltaba, jugaba y su cabello anaranjado flotaba
al compás imaginario iluminando aún más aquél claro glauco y gris.

Yo estaba allí, contemplando el espectáculo de pura energía que se fundía con el resto y quise ser la llama.

¿Y si ya lo era?

martes, 5 de noviembre de 2013

Anotaciones en la margen derecha de un libro


- Fusun,  Ulises me ha llamado tonto!
- Ulises, por qué le llamas tonto?
- Yo no le he llamado tonto: le he llamado cabrón.


Aun en boca de un niño de cuatro años, no hay mentiras más enteras que las medias verdades.



domingo, 27 de octubre de 2013

La diferencia



Normalmente vuelvo de mis viajes tranquilos con las pilas cargadas y energía suficiente para aguantar un invierno duro, frío y largo.  Muy largo.

Siempre vuelvo del Mediterráneo con los ojos llenos de luz, de  azules inmensos y cielos dulces  y malvas que inundan todo de luminosidad y fuerza.

Esta vez no. Realmente ni siquiera sé por qué, ya que he estado bien, a mi aire, con mis libros y mis cosas pero no sé si por culpa del otoño, una cierta melancolía se ha instalado en mi pecho.

Me cuesta abandonar tanta luz, tanta alegría. Mi aislamiento voluntario. Me cuesta abandonar esos amaneceres de olor especial mezcla de salitre, dondiego, jazmín o dama de noche que se cuelan por la ventana abierta. El sonido de las olas romper a mis pies y ese dejarme flotar en un mar cálido entre el sol y la nada.  Como pequeños trozos de espejo en movimiento perpetuo.



Por otro lado, también he tenido tiempo de observar como algunas personas a veces necesitan mentir para sentirse importantes, necesitan destrozar a otras para sentirse superiores y necesitan acudir a sus peores recursos para que alguien se fije en ellas, se dé cuenta de que existen, porque si no, simplemente serían invisibles.

Yo sin embargo, creo que lo mejor es ser invisible, vivir nuestra vida evitando hacer daño a los demás e intentando ayudar en lo que se pueda aunque no siempre sea así. No siempre se pueda ser así.


He visto a un niño pequeño destrozar un precioso castillo de arena que había hecho otro niño solo porque él no fue capaz de hacerlo igual.  Eran patadas rabiosas, llenas de ira.

La cara del pequeño constructor era de incredulidad, como si contemplara un espectáculo que no iba con el.

Un momento después, estaba haciendo otro castillo.






Esa es la diferencia entre los seres humanos.