jueves, 28 de febrero de 2013

Idilios

Te extraño y no tengo tiempo para ti, lo sé. Y no será porque no me gusta tu olor, tu textura. Tus formas se adaptan perfectamente a la palma de mi mano. No tengo otra cosa que agradecimiento hacia ti porque me haces viajar a lugares exóticos, tus palabras me funden, me sumen en la ensoñación. Te extraño porque las vicisitudes me impiden disfrutarte. Y en realidad me eres indispensable.

Desde bien pequeña me subyugaste. Traías bajo tu tapa historias maravillosas que devoraba y cuando terminaba de leerlas me quedaba un buen rato acariciando las páginas, las letras de tu portada. Me encantaban aquellas que venían sobre una tapa de tela a veces estampadas en oro. Eran los libros viejos que rescataba de entre los anaqueles de la casa de mis abuelos. 

Un día, siendo muy niña encontré un tomo con ilustraciones de los caprichos de Goya. Me fascinaron y me los aprendí entonces de memoria... El sueño de la razón produce mosntruos.

Otra vez estuve enferma y me regalaron un cuento. Se trataba del gato Milú -que nada tenía que ver con Tintín- y sus desventuras por querer traspasar los dominios de su pandilla gatuna. Milú se tiñó de azul accidentalmente y yo lo miraba y remiraba, releyendo una y cien veces la historia infantil, cautivada por aquel color azul, azul y no pardo. Y soñaba historias en la noche por los tejados de la ciudad junto a Milú.

Un poco más tarde me enamoré de los largos cabellos de Lady Godiva y de la hermosura escondida bajo la Piel de Asno, pero después Harry Haller o Basil pasaron a ocupar mis fantasías. Y así comenzó mi facultad enamoradiza de todos los protagonistas que me has obsequiado, fueran hombres o mujeres, buenos o malos, aunque nunca mediocres. 





miércoles, 20 de febrero de 2013

Tan solo tres


Quiero decirte tres cosas:

La primera es que la noche nace en tu pelo donde me enredo para aspirar el rocío sobre tu piel.

La segunda es que la curva vertiginosa de tu cuello es el camino directo a la tierra que mana leche y miel.

La tercera es que tu cuerpo venusino silueteado por la sábana blanca y gris mientras duermes, se me antoja el punto de confluencia de todos mis senderos.


domingo, 17 de febrero de 2013

La anciana dama



En un pueblecito de la costa francesa del Atlántico, una anciana dama en bicicleta se pasea tranquilamente a lo largo de una estrecha pero larga y ceñida alameda que sombrea un pequeño riachuelo. 

Todos los días que yo estuve por allí, la veía en su bici, con su cestita de mimbre ya muy antigua y con pátina del tiempo a la altura del manillar. En esa cestita, llevaba una enorme baguette, verduras y otros paquetes inidentificables.
Una pequeña nube de pajarillos, gorriones, jilguerillos y algún que otro mirlo con su pico amarillo revoloteaban a su alrededor y la seguían en su paseo matutino, detrás de su bicicleta y con la sonrisa de la anciana dama iluminándola la cara.
Iba la señora con una especie de chaqueta azul cielo, pantalones anchos y oscuros recogidos al tobillo, zapatillas muy ligeras de tipo playero, un foulard gris perla al cuello y el pelo blanco recogido en uno de esos moños que deja el pelo un poco abombado alrededor de la cara y una especie de enroscado ordenándolo todo. Tenía horquillas de carey con pequeños cristalitos brillantes que resaltaban con sus tonos marrones.
Todos los días me fijaba atentamente en la dama, porque su porte era el de una dama. Mayor, elegante, a mí me llamaba poderosamente la atención.
Las personas que se cruzaban con ella la saludaban alegremente con un ¡¡bonyúggg!! y ella sin perder ni un momento la sonrisa seguía pedaleando y con una mano, sacaba miguitas de pan de una de las bolsas de su cesta de mimbre y las lanzaba al césped de la alameda donde los pequeños pájaros y alguno más grande, se daban un estupendo festín.

No sé qué habrá sido de ella, ya hace años de esto, pero espero que siga con su bicicleta tirando miguitas de pan a sus compañeros de paseo.
Jamás se me ocurrió sacarle una foto, solo tengo en recuerdo de ella en mi memoria como una pequeña joya.

Hoy me he animado a escribir ese recuerdo y a compartirlo.


domingo, 10 de febrero de 2013

Dos miradas


Puerto camina solitaria como cada noche. Le gusta caminar a la hora en que la ciudad comienza a estar silente, cuando hay apenas ojos que la sigan. Un anhelo impreciso la impele a salir y el propio fuego interno se desata en imaginar las historias que pudieran ocurrir tras las cortinas de las ventanas bajo las que pasa. Son siempre historias de pasión, de aquellas devastadoras que, cuando pasan, arrasan los cuerpos dejando rastros de sudor o de lágrimas.

Una cortina ondea tras una ventana. Es una cortina gruesa que apenas deja pasar la luz. Imagina a dos amantes que roturan sus cuerpos de besos. Imagina caricias elaboradas que arrancan gemidos placenteros cuya intensidad asciende en espiral hacia el cielo, cielo compartido. Bocas abiertas clamando besos que acuden al reclamo con el único esfuerzo de girarse hacia el otro. Cuerpos que encuentran la horma perfecta en eróticas sinuosidades. Y se respiran fuertemente.

La cortina se ha movido levemente, tal vez la figura de una mujer. La supone satisfecha, y tras el amor, echa una mirada suficiente al mundo antes del descanso. Irá al hombro de su amado a dormitar sobre él, henchida de gozo, tranquila, feliz. Entonces se apaga la luz. Silencio...

Puerto quiere ser poseída como aquella mujer, y sigue paseando su soledad mientras se flagela con historias ajenas que anhela para sí. Se aleja. Silencio...

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Camino termina de recoger los trastos que el día ha quedado desperdigados por la casa. Su marido está ya en la cama, casi dormido. Ella se acuesta y toma el libro de la mesita de noche. Él abre brevemente los ojos para desearle buenas noches, casi un murmullo, cortés y afable, como siempre, a la vez ausente.

Apenas quedan rastros de pasión, tan sólo una especie de costumbre de encontrarse en el mismo lugar cuando se vuelve del trabajo, esa especie de tranquilidad que da saber que las cosas están en su lugar, y esa especie de insatisfacción que da todo lo que ya es previsible y carente de emociones.

No es capaz de concentrarse en la lectura, algo en ella la hace sentir intranquila, como una necesidad imprecisa que no atina a definir. La ventana está abierta y escucha unos leves pasos en la calle. Cuando se asoma divisa la figura solitaria de una mujer que pasea en la oscuridad. Imagina su liviandad en su soledad escogida, la supone única dueña de sus pasos nocturnos y diurnos, y una lanzada de envidia la atraviesa por completo. De repente ve que la mujer se detiene y parece volverse hacia su ventana, y Camino se esconde tras la cortina.

Ella quiere no pertenecer a nadie como esa mujer y se vuelve a su lecho concentrada en escuchar, mientras se alejan, esos pasos libres y etéreos que no son suyos. Apaga la luz para soñarse en lugares donde no la espere nadie. Silencio...





jueves, 7 de febrero de 2013

Nudos de mar y nacar



Algo tan sencillo como contemplar como rompían las olas en la orilla, hacía de aquel anciano la viva imagen de la felicidad.

Todos los días, hiciera frio o calor, el señor mayor, con paso tranquilo y reposado bajaba a la playa, se descalzaba y lentamente iba buscando pequeñas conchas que con aire goloso guardaba en una bolsita de plástico de esas de un súper de barrio, de las que se doblan y guardan en el bolsillo porque no abultan.

Dejaba que las olas se enredasen en sus tobillos y jugaba con la espuma que salpicaba sus pantalones recogidos de forma torpe por unas manos deformadas por los años  y el trabajo en la carpintería que ya había dejado a su hijo. También le gustaba recoger algún tronco arrojado por la mar, De esos retorcidos y llenos de nudos que si no era muy pesado, cargaba con él hasta su casa donde un pequeño taller era testigo de sus afanes.
Nadie sabía lo que hacía allí, pero si no estaba en la playa, se pasaba horas y horas encerrado oyendo antiguas zarzuelas o pasodobles que a su mujer siempre la gustaron y que ahora ya no podían escucharlos juntos.

Era feliz allí,  solo, aunque, quizás no estuviera tan solo.


 Una figura que parecía humana y de tamaño natural era poco a poco creada por el hombre de la playa.   Troncos leñosos, curtidos por el agua y el salitre unidos a las conchas de nácar limpias y relucientes, la figura tenía un halo de irrealidad, entre las sombras que la poca luz del cuarto creaba. Se perdía entre las partículas de polvo que flotaban en algún rayo de sol.
Mientras trabajaba con ellos, canturreaba al ritmo de la música, silbaba alegremente y a veces musitaba bajito frases que resultarían incoherentes si alguien le escuchase,  pero para él no, para el eran su alegría, su vida y su razón para seguir vivo.

  - ¿verdad que te gusta el collar? 

 - Es precioso Mercedes.

 - Hoy he encontrado una especial, una concha llena de reflejos, el arco iris brilla en ella.

 - Creo que te la pondré en la frente para que refleje la luz, igual que una belleza pagana,  – y picarón,  añadía   – Lo que tu has sido siempre -  y dejaba arrastrando un poco la última palabra con ternura mientras guiñaba sus ojos agotados y se alejaba un poco de su obra  para ver mejor.


 - ¡Ay Mercedes!, tengo ganas de acabar tu falda,  bailaremos al ritmo de la música, ¡pena que no pueda ponerte un adorno de espuma de mar, como de encaje, con lo que te gustan las olas!


Una sonrisa llena de complicidad acompañaba sus palabras y con una mirada feliz,  recorría aquella figura de arriba abajo acarciandola con sus manos callosas.

Hubiera jurado que la figura de conchas y nudos, ladeaba dulcemente su cabeza y unía su cadera a la del viejo.


lunes, 4 de febrero de 2013

Me dijeron que no. Que llegaste al portal con paso cansado, pero no llamaste a mi puerta. Que subiste las escaleras hasta el primer piso, con el rostro ajado, que te quedaste mirando la placa de mi nombre, pero no llamaste. Que tu gesto pintaba surcos de infinita tristeza, pero que no, que no llamaste.

Me dijeron que pese a tus esfuerzos por montarte en el tren de la vida loca, la pesada losa del abandono curvaba tus hombros; que esa mujer a la que te aferrabas por no caer de tu paso incierto no borraba mi imagen; que el portazo que diste a nuestras vidas clausuró tu sonrisa amplia para dibujar una sonrisa de plástico.

Me dijeron que te fuiste sin atreverte a poner los nudillos sobre mi puerta, que la mirabas largamente, como si toda tu existencia se proyectara allí. Y quizás te convenciste de lo imposible de sortear los abismos de la indolencia que horadaron nuestras vidas.

Entonces te fuiste de nuevo...