La
vi danzando delante de mi.
Una
llama, una gran y brillante llama formada por pura luz que perfilada como
una figura humana danzaba rítmicamente. Se mecía hermanada con la gran
hoguera que iluminaba el claro del bosque.
Había
llegado allí por un camino de tierra limpia, árboles frondosos con toda la gama
de verdes de una paleta de pintor y alguno más imposible de igualar. Setos
angostos y pequeñas y retrasadas flores que se rendían al frío.
Aquella
figura roja, naranja y amarilla cambiaba su brillo y bailaba al compás de la
hoguera, unos pasos alejada del círculo de fuego que acariciaba sin quemarles
las ramas más altas del arbolado. No se mezclaba con ella, no se tocaban, pero
una completaba a la otra. Saltaba, jugaba y su cabello anaranjado flotaba
al
compás imaginario iluminando aún más aquél claro glauco y gris.
Yo
estaba allí, contemplando el espectáculo de pura energía que se fundía con el resto y quise ser la llama.
¿Y
si ya lo era?