domingo, 27 de octubre de 2013

La diferencia



Normalmente vuelvo de mis viajes tranquilos con las pilas cargadas y energía suficiente para aguantar un invierno duro, frío y largo.  Muy largo.

Siempre vuelvo del Mediterráneo con los ojos llenos de luz, de  azules inmensos y cielos dulces  y malvas que inundan todo de luminosidad y fuerza.

Esta vez no. Realmente ni siquiera sé por qué, ya que he estado bien, a mi aire, con mis libros y mis cosas pero no sé si por culpa del otoño, una cierta melancolía se ha instalado en mi pecho.

Me cuesta abandonar tanta luz, tanta alegría. Mi aislamiento voluntario. Me cuesta abandonar esos amaneceres de olor especial mezcla de salitre, dondiego, jazmín o dama de noche que se cuelan por la ventana abierta. El sonido de las olas romper a mis pies y ese dejarme flotar en un mar cálido entre el sol y la nada.  Como pequeños trozos de espejo en movimiento perpetuo.



Por otro lado, también he tenido tiempo de observar como algunas personas a veces necesitan mentir para sentirse importantes, necesitan destrozar a otras para sentirse superiores y necesitan acudir a sus peores recursos para que alguien se fije en ellas, se dé cuenta de que existen, porque si no, simplemente serían invisibles.

Yo sin embargo, creo que lo mejor es ser invisible, vivir nuestra vida evitando hacer daño a los demás e intentando ayudar en lo que se pueda aunque no siempre sea así. No siempre se pueda ser así.


He visto a un niño pequeño destrozar un precioso castillo de arena que había hecho otro niño solo porque él no fue capaz de hacerlo igual.  Eran patadas rabiosas, llenas de ira.

La cara del pequeño constructor era de incredulidad, como si contemplara un espectáculo que no iba con el.

Un momento después, estaba haciendo otro castillo.






Esa es la diferencia entre los seres humanos.

1 comentario:

  1. Bienhallada. Y recuerda, lo malo es hacer los castillos en el aire, o darse media vuelta abatido.
    Un beso.

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