domingo, 17 de febrero de 2013

La anciana dama



En un pueblecito de la costa francesa del Atlántico, una anciana dama en bicicleta se pasea tranquilamente a lo largo de una estrecha pero larga y ceñida alameda que sombrea un pequeño riachuelo. 

Todos los días que yo estuve por allí, la veía en su bici, con su cestita de mimbre ya muy antigua y con pátina del tiempo a la altura del manillar. En esa cestita, llevaba una enorme baguette, verduras y otros paquetes inidentificables.
Una pequeña nube de pajarillos, gorriones, jilguerillos y algún que otro mirlo con su pico amarillo revoloteaban a su alrededor y la seguían en su paseo matutino, detrás de su bicicleta y con la sonrisa de la anciana dama iluminándola la cara.
Iba la señora con una especie de chaqueta azul cielo, pantalones anchos y oscuros recogidos al tobillo, zapatillas muy ligeras de tipo playero, un foulard gris perla al cuello y el pelo blanco recogido en uno de esos moños que deja el pelo un poco abombado alrededor de la cara y una especie de enroscado ordenándolo todo. Tenía horquillas de carey con pequeños cristalitos brillantes que resaltaban con sus tonos marrones.
Todos los días me fijaba atentamente en la dama, porque su porte era el de una dama. Mayor, elegante, a mí me llamaba poderosamente la atención.
Las personas que se cruzaban con ella la saludaban alegremente con un ¡¡bonyúggg!! y ella sin perder ni un momento la sonrisa seguía pedaleando y con una mano, sacaba miguitas de pan de una de las bolsas de su cesta de mimbre y las lanzaba al césped de la alameda donde los pequeños pájaros y alguno más grande, se daban un estupendo festín.

No sé qué habrá sido de ella, ya hace años de esto, pero espero que siga con su bicicleta tirando miguitas de pan a sus compañeros de paseo.
Jamás se me ocurrió sacarle una foto, solo tengo en recuerdo de ella en mi memoria como una pequeña joya.

Hoy me he animado a escribir ese recuerdo y a compartirlo.


1 comentario:

  1. Atardecía. Tras el cristal, la luz va decayendo como aquella tarde, en La Rochelle, un atardecer de cielo irisado entre la candente fragua de la noche.
    Decirte, Deva, que al recibo de tu carta, recordando de pasada a la anciana dama, pedaleando contra el viento de cara, pantalones bombachados por el mismo aire, las hebras libres de sus inquietos mechones grisáceos, has llenado de tinta emocional la retina de mis ojos. El espejo refleja el vidrioso emocional de ese recuerdo.
    ¿Recuerdas?
    El timbre de su voz saludando nuestra tarde, la libertad de sus gestos y su elegante edad, una tarde tras otra recorriendo a la misma hora el sendero que nos llevaba al viejo puerto de La Rochelle, provocó que habláramos de ella sin conocerla.
    Ahí viene, te dije; ahí llega Katharine Hepburn, te dije. Ese fue el mote, ignorado por la anciana dama, que, de pronto, vomitó mi boca tras su primera presencia y la primera estampa que nos regaló la anciana dama en aquel primer atardecer donde el viento de frente, alborotaba nuestros cabellos y tus manos recogían la volando de tu vestido.
    La vieja bicicleta, el estanque dorado por los rayos del sol en crepúsculo, la energía de la anciana dama, contribuyó a la configuración de citarla como la Hepburn.
    Ahí viene tu dama circundando el estanque dorado, dijiste.

    Tras la lectura de tus letras, Deva, la noche se me echó encima. Pensativo, acariciando mis manos la fría taza de cerámica, sorbo el desangelado café tan frío como la propia tarde.
    Recuerdo. Recuerdo aquella otra tarde camino de Arles hacía Saint Rémy ¿recuerdas? Entre los arbustos de tallos de lavanda, las ramas de espliego doblegadas por la brisa, vistiendo de lila la ondulación del campo más allá donde alcanzaba nuestra vista.
    Al dejar el campo multicolor por los rayos extraviados del sol, poco antes de adéntranos en la vieja callejuela, estrecha y pobre, como la pobre casa de Nostredamus, de piedra vista y ventanucos ciegos, se nos cruzó una vieja bicicleta. Los dos al unísono, nos devolvimos la mirada, sorprendidos y haciéndonos la misma pregunta sin palabras:

    SÍ, era ella, la anciana dama, su misma foto y, una vez más, nos arrepentimos de la tardanza en reaccionar en fotografiarla.

    Hoy, leyéndote, me he animado y he vuelto a recordar aquellos atardeceres que compartimos con la anciana dama.

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