jueves, 18 de abril de 2013

Borrando caminos





¡Qué pena! Pensó mientras se alejaba a paso ligero de aquel laberinto.
Las dos palabras resonaban en su cabeza y retumbaban en su pecho al ritmo de los latidos acelerados de su corazón. Sí, una pena.

No volvió la cabeza, sabía lo que vería. Él se había quedado allí  y se hacía cada vez más pequeño, como en esas películas en las que la cámara va dejando la escena lentamente y los edificios del fondo se alejan más y más  hasta perderse en el infinito de un horizonte borroso.
Borroso, así estaba ya el recuerdo en su mente. Ya no lo necesitaba, no necesitaba aferrarse a su imagen.  La vida le había enseñado que hay recuerdos innecesarios que solo sirven para tener anclados sentimientos  que se estaban quedando  enquistados en su memoria y en su alma y como cualquier quiste molesto, había que eliminarlo con el mejor golpe de bisturí.

Y eso había hecho,  lo dejó allí, abandonado en el centro del laberinto y a cada paso que daba, el camino se borraba tras sus pies.

Reconoció el sonido de sus tacones al acabar el recorrido,  levantó la cabeza y pisó con firmeza, segura de lo que hacía,  igual que esas actrices que llevan unos “Manolos” en sus pies y fingen  que les dan alas.

Ella no tenía alas ni “Manolos” pero había aprendido a andar sin mirar atrás.

1 comentario:

  1. La victoria viene sola cuando es ella la que decide andar y desenlazar el entuerto del laberinto.

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