lunes, 29 de abril de 2013

Cerraduras, cerrazones




La llave pudo abrir la puerta del alma desangrada que tímidamente se asomó al exterior luminoso diluyendo su terrible cerrazón.

Se replegó el alma sobre sí misma ahogándose sobre su propio lamento, incapaz. La cerradura estaba orientada a poniente. Cuando el sol descendió sobre  su horizonte, un rayo oblicuo vino a coincidir con el ojo de la cerradura, partiendo la oscuridad del alma en mil pedazos que pudieron escapar por la abertura. Y el alma se liberó.

No hay puertas cerradas ya. El alma se abre en un fluir inesperado.

jueves, 18 de abril de 2013

Borrando caminos





¡Qué pena! Pensó mientras se alejaba a paso ligero de aquel laberinto.
Las dos palabras resonaban en su cabeza y retumbaban en su pecho al ritmo de los latidos acelerados de su corazón. Sí, una pena.

No volvió la cabeza, sabía lo que vería. Él se había quedado allí  y se hacía cada vez más pequeño, como en esas películas en las que la cámara va dejando la escena lentamente y los edificios del fondo se alejan más y más  hasta perderse en el infinito de un horizonte borroso.
Borroso, así estaba ya el recuerdo en su mente. Ya no lo necesitaba, no necesitaba aferrarse a su imagen.  La vida le había enseñado que hay recuerdos innecesarios que solo sirven para tener anclados sentimientos  que se estaban quedando  enquistados en su memoria y en su alma y como cualquier quiste molesto, había que eliminarlo con el mejor golpe de bisturí.

Y eso había hecho,  lo dejó allí, abandonado en el centro del laberinto y a cada paso que daba, el camino se borraba tras sus pies.

Reconoció el sonido de sus tacones al acabar el recorrido,  levantó la cabeza y pisó con firmeza, segura de lo que hacía,  igual que esas actrices que llevan unos “Manolos” en sus pies y fingen  que les dan alas.

Ella no tenía alas ni “Manolos” pero había aprendido a andar sin mirar atrás.

martes, 9 de abril de 2013

Sin perdón





¡Quiten a ese hombre y pongan al brigada en su lugar!

No daba crédito a las palabras de su superior que, impertérrito, no parecía dispuesto a negociar (inmisericorde).

El hombre que estaba en el pelotón de fusilamiento y al que ahora tenía que apuntar era una buena persona (como tantos). Él y su familia habían alojado a la familia del brigada en su casa cuando los rojos entraron en el pueblo arrasándolo todo (y a todos), salvándoles así de una dudosa suerte.

Cuando lo vio formando parte de aquella triste formación (agotados, abatidos) se puso lívido. Era la guerra (la crueldad). Sin perder tiempo se fue al alférez a pedir clemencia por aquel hombre. No podía apuntar, ahora no. Otras veces se había curtido pensando en las verdades absolutas (era mejor creerlo) que les inculcaban a diario, cuando les decían que los rojos eran perniciosos para la nueva España que emergía para bien de las personas de buena fe (por eso mataban, porque eran gente de buena fe), y ellos tenían que creerlo, lo habían jurado: fidelidad a la bandera y a Cristo (y los dos les exigían venganza).

Pero no había un atisbo de clemencia en la mirada ardiente del alférez, mirada de febril satisfacción: la plaza estaba en poder de los nacionales. Y por toda respuesta mi abuelo escuchó con un potente resonar en sus oídos:
¡Quiten a ese hombre y pongan al brigada en su lugar!

(Aún lloraba contando esto a sus 90 años. Como una letanía esta triste historia, tal vez para convocar a alguien que le ayudara a llevar esta penitencia que pesaba como una losa sobre su vida, o para expulsar los demonios, o para buscar el perdón que él nunca quiso darse)


domingo, 7 de abril de 2013

El sobre



Era un sobre de esos amarillos que se utilizaban para cosas poco importantes.

Incluso,  tenía alguna huella grasienta del pincho de tortilla trasnochado que estaba sobre la mesa.

El joven observó a su jefe, hombre de edad indefinida, voz indefinida, mirada indefinida. Así lo había guardado en su rincón de memoria por si algún día se atrevía a contar en un libro todo lo que estaba viviendo como becario en aquella redacción de un periódico puntero de su ciudad.


¡Niño! – Estaba hasta las narices de que le llamasen niño – no era ningún niño, tenía su carrera terminada y estaba con el doctorado a vueltas y trabajando de recadero porque no le dejaban hacer otra cosa y solo para poder poner en su currículum que tenía experiencia.

¿Experiencia?

¿De qué? si no había escrito ni siquiera una  frase.

Pero ahora tenía el sobre en la mano,  tenía que desarrollar una noticia con los datos que le daban, no había nada que investigar, solo le daban  cuarenta caracteres y luego llevarlo al compañero para que lo colocase escondido entre políticos corruptos, crisis devastadoras, protestas callejeras y menos callejeras.   Menos pacíficas de lo que querían admitir.

Dudó unos segundos antes de abrir el sobre, lo contempló y acarició casi con mimo, era su noticia, era importante para él. Cuarenta caracteres pueden dar para mucho.


Antes de escuchar a su jefe decirle   ¡Con aire, niño, con aire que hay prisas! Ya estaba sacando el papel blanco y desdoblándolo. Temblaba la hoja en sus manos. Cuando leyó el contenido el alma se le cayó a los pies, ¿Cómo desarrollar aquello? ¿Cómo encajarlo en una plana de aquél periódico?

Se sentó antes de darse por derrotado,  no podría, no estaba acostumbrado, aquello ya no se llevaba,  ya no se ponían ese tipo de noticias ni en la telebasura.

Otro joven que estaba en sus mismas circunstancias, - becario por cuatro euros - al verle tan desanimado le preguntó qué pasaba apoyando las manos en la mesa.




Él, levantó los ojos y tristemente le contestó…. – Es una buena noticia - ¿Cómo voy a desarrollar una buena noticia? Preguntó con desaliento.

 ¡No nos lo enseñaron en la facultad!