Estos días he visto mi ciudad llena de luces navideñas. Me
entristecen. Yo he estado acostumbrada toda mi vida a ver luces llenas de colores
que alegraban las calles y los rostros de las personas que estaban en ellas.
Luces que reclamaban titilando en los escaparates que entrásemos a comprar, que
era Navidad.
Danzaban con el viento sobre nuestras cabezas bolas de
cristal, trineos y renos, árboles de Navidad, composiciones adamascadas,
verdes, azules amarillas, rojas, blancas, naranjas. Mirar al cielo era
encontrarte con centenares de estrellas de nieve, a falta de las de verdad, ocultas por nubes persistentes y opacas.
Pero….. Estamos en crisis.
De repente las luces han cambiado a otras de bajo consumo,
cosa que entiendo ehh, pero ¡Son tan
frías! Ni un solo color, todas de un
blanco frio o directamente azules. Los rostros de los que caminamos cerca o
pasamos por debajo, se ven envueltos en ese color mortecino y nebuloso, como una neblina medio
azul, medio triste. Decididamente
triste.
Echo de menos aquellas bombillas especiales de Navidad. Echo de menos sus
sencillos dibujos pero estallando en color, en vida, en alegría. También echo de menos esa alegría, y no de mi
niñez, no. Allí, olvidada en el pasado hace nada, abandonada en la vuelta de
una esquina donde la Navidad ya no es lo que era y se ha convertido en mero
reclamo al consumo (buenos estamos para consumo) y calles pálidas y mortecinas.
Como siempre, la luz la ponen los ojos de los niños, léase
también niñas, que yo eso de repetir géneros una y otra vez lo llevo muy mal.
Ellos tienen colorines en sus ojos, esperanza, ilusión.
Y como siempre, yo me dejo llevar por mis ojos infantiles y
les deseo unas alegres y coloridas Felices Fiestas.
Personalmente lo que no soporto son los papánoeles escalando los balcones. Primero porque no necesitamos importar personajes que le restan magia a la noche de reyes; segundo, porque es el culpable de que (sobre todo en tiempos de bonanza, que ahora ya cuesta comprar los regalos de reyes) los niños reciban ración doble -y desconcierto doble, por aquello de la sobreabundancia- de regalos.
ResponderEliminarPero de cualquier modo, yo te deseo a ti y a todo el mundo un muy feliz 2013. Y ojalá se nos reavive la esperanza.