viernes, 14 de diciembre de 2012

Si hay un pintor que a mí me encandila, ese es Kandinsky.


Hace unos días, visitaba  un museo donde había un cuadro que me llamó la atención. Era una obra de una etapa de este pintor que yo no conocía demasiado.  Solo la había visto en los libros sobre el artista, pero nunca tan cercano como colgado en una sala y casi al alcance de mi mano.

El pintor, que entre los años 1902 y 1910 viajó muchísimo, visitó Túnez, Países Bajos, Francia, Italia, Rusia etc.,  agrupó las numerosas obras  que pintó en ese periodo y hasta 1914, en tres categorías.  De una de ellas, "Las improvisaciones", el artista comentaba que lo que quería plasmar en esas obras, era la expresión de las emociones interiores.
   Dentro de esta categoría, está  el  cuadro que hoy nos ocupa,   “Improvisación 6”

Cuando lo vi,  no pensaba que era de ese tamaño (los tamaños de los cuadros siempre me pillan desprevenida) era más grande de lo que yo había imaginado.  Con pinceladas firmes y colores primarios en su mayoría, el cuadro está lleno de líneas sinuosas y rotas por un rectángulo blanco.  Esas lineas sinuosas,  no son  tan continuadas como en sus obras posteriores,  sin duda,  precursoras de la abstracción

Me pilló desprevenida, he de confesarlo,  porque entre tantos  ocres, tanto rojo ingles,  verde....... allí, en una esquinita, estaba una pintura llena de luces y sol. Una obra que chocaba con las de su entorno y que destacaba en su luminosidad, aunque estaba rodeada de grandes cuadros y grandes pintores. Pero ese cuadro de Kandinsky, me dejó enamorada.
Me senté en la bancada central  a mirarle con calma, a estudiarle un poco entre señoras que pasaban, señores que hacían comentarios, voces cruzadas de guías  que rompían la calma de la sala y algún móvil que era acallado de inmediato.  No me importaba, yo suelo abstraerme con muchísima facilidad.
Contemplé como sus dos figuras centrales se transformaban continuamente  ante mis propios ojos  igual que  esa música que hacía saltar el resorte de la creatividad en el pintor y le hacía soñar con formas imposibles.

Kandinsky, saliendo de ver una ópera de Wagner, estaba tan impresionado que comentó: …….. “Podía ver todos aquellos colores en mi mente, desfilaban ante mis ojos. Salvajes, maravillosas líneas que se dibujaban ante mi”

Si ese efecto le producía la música, no me extraña nada ver en sus cuadros poderosas  ondulaciones, círculos llenos de color y luz, muchísima luz. Fogonazos de colores casi puros, primarios salvo alguna concesión. Sobre un fondo lleno de figuras casi imaginadas y en primer plano,   están dos hombres en un mercado de Túnez envueltos en sus túnicas y con turbantes de fuertes colores. El artista está jugando con el blanco, los amarillos, unos azules que derivan desde el ultramar a las mezclas con el verde o el rojo y amarillo en pinceladas grandes y potentes.

En fin que…envueltos en sus túnicas o captado justo el movimiento de envolverse, estas dos figuras, componen el peso de la obra y dan una fuerza y una plasticidad inolvidable al cuadro, con un fondo cuyas sombras están formadas por los mismos colores pero más intensos o prácticamente ausentes.

Maravilloso cuadro en todo su esplendor


No hay comentarios:

Publicar un comentario