Si hay un pintor que a mí me encandila,
ese es Kandinsky.

El pintor, que entre los años 1902 y 1910
viajó muchísimo, visitó Túnez, Países Bajos, Francia, Italia, Rusia
etc., agrupó las numerosas obras que pintó en ese periodo
y hasta 1914, en tres categorías. De una de ellas, "Las
improvisaciones", el artista comentaba que lo que quería plasmar en esas
obras, era la expresión de las emociones interiores.
Dentro de esta
categoría, está el cuadro que hoy nos
ocupa, “Improvisación 6”
Cuando lo vi, no pensaba que
era de ese tamaño (los tamaños de los cuadros siempre me pillan desprevenida)
era más grande de lo que yo había imaginado. Con pinceladas firmes y
colores primarios en su mayoría, el cuadro está lleno de líneas sinuosas y rotas por un rectángulo blanco. Esas lineas sinuosas, no son tan continuadas como en sus obras posteriores, sin duda, precursoras de la abstracción
Me pilló desprevenida, he de confesarlo, porque entre tantos ocres, tanto rojo ingles, verde....... allí,
en una esquinita, estaba una pintura llena de luces y sol. Una obra que chocaba
con las de su entorno y que destacaba en su luminosidad, aunque estaba rodeada
de grandes cuadros y grandes pintores. Pero ese cuadro de Kandinsky, me dejó
enamorada.
Me senté en la bancada
central a mirarle con calma, a estudiarle un poco entre señoras que
pasaban, señores que hacían comentarios, voces cruzadas de guías que
rompían la calma de la sala y algún móvil que era acallado de
inmediato. No me importaba, yo suelo abstraerme con muchísima
facilidad.
Contemplé como sus dos figuras centrales
se transformaban continuamente ante mis propios
ojos igual que esa música que hacía saltar el resorte de
la creatividad en el pintor y le hacía soñar con formas imposibles.
Kandinsky, saliendo de ver una ópera de Wagner,
estaba tan impresionado que comentó: …….. “Podía ver todos aquellos
colores en mi mente, desfilaban ante mis ojos. Salvajes, maravillosas líneas que
se dibujaban ante mi”
Si ese efecto le producía la música, no me
extraña nada ver en sus cuadros poderosas ondulaciones, círculos
llenos de color y luz, muchísima luz. Fogonazos de colores casi puros,
primarios salvo alguna concesión. Sobre un fondo lleno de figuras casi
imaginadas y en primer plano, están dos hombres en un mercado
de Túnez envueltos en sus túnicas y con turbantes de fuertes colores. El artista está
jugando con el blanco, los amarillos, unos azules que derivan desde el ultramar
a las mezclas con el verde o el rojo y amarillo en pinceladas grandes y
potentes.
En fin que…envueltos en sus túnicas o
captado justo el movimiento de envolverse, estas dos figuras, componen el peso
de la obra y dan una fuerza y una plasticidad inolvidable al cuadro, con un
fondo cuyas sombras están formadas por los mismos colores pero más intensos o
prácticamente ausentes.
Maravilloso cuadro en todo su esplendor
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