Me encontré una caracola
Estas playas ya no son lo que eran, cuando recogía conchas de nácar o alguna piedra pequeña a la
que mi imaginación daba forma y las
gaviotas campaban a sus anchas.
Ya no hay gaviotas, se las han cargado.
Solían acompañarme en mis paseos solitarios y se interponían entre la mar y yo como si
fuesen sus fieles guardianas….aunque… ¿y si me guardaban a mi? Siempre he
admirado su vuelo ligero y suelto, y
ayer, ni vuelo ni nada. Ya no hay gaviotas.
El tiempo ha levantado su mano gris y húmeda y ha dejado que
nos acaricie el sol…bueno…acariciar…acariciar…lo que se dice acariciar…..,
entre nubes, no vayan ustedes a pensar que se dejó ver con ganas. No señor.
Así con todo, me di un buen paseo por la
orilla del agua, rompían algunas olas y la arena húmeda es fácil de pisar con
unas zapatillas de deporte. Había muy pocas personas, dos o tres con sus
perrillos juguetones y alguien con los pantalones remangados dejando que las
olas rompiesen en sus tobillos. Es
sanísimo, dicen. Y lo es pero no por estas fechas donde un buen resfriado nos
está esperando a la vuelta de la esquina. Otra persona se estaba bañando. Yo iba bien abrigadita y recogiendo uno a uno
los rayos de sol que se me acercaban.
Las pequeñas olas, al bajar la marea, dejaban su rastro de
otras orillas, y se podían ver hojas otoñales que en su color se confunden con
la arena, algas, alguna concha, (por cierto creo que recogí las últimas del
año). Una de nácar, otra normalita, y un caracolillo minúsculo. Estaba yo toda
entusiasmada sacando fotos y más fotos de las nubes, del horizonte, de la mar,
intentando hacer contraluces, y todo eso que intenta alguien que solo es
aficionado casual a la fotografía y que tiene una maquina de andar por casa.
Se me ocurrió mirar a la arena en lugar de al cielo y allí
estaba, una pequeña caracola de esas que cuando las pulen son de un nácar
irisado y precioso pero que ésta, lógicamente estaba tal cual surge del agua.
Gris, con adherencias de otros animalillos marítimos, pero perfecta, sin un
solo roto. Al mirarla por dentro se veía el nácar. Jamás había visto una
caracola de este tamaño en estas playas. Y yo tan contenta, claro. Me encantan estos pequeños tesoros.
Decidí recoger velas y comenzar la retirada. Ya tenía mis
trofeos. Dos conchas, eso sí una irisada. Un caracolillo y una caracola,
pequeña sí, pero caracola al fin y al cabo.
¿Recuerdan lo que les comenté del sabor a salitre en los
labios?
Tranquilamente, regresé a casa.
Y podemos ver a gente que pasea a la orilla del mar enchufados al ipod... Con la de sonidos hermosos que tiene la orilla de una playa!
ResponderEliminarBonito paseo, Deva. Un beso.
Ellos se lo pierden.
EliminarNo hay nada como olvidarse de los ruidos molestos y cotidianos de la ciudad y dejarse llevar por el vaivén de las olas y el sonido al romper a nuestros pies.
Y si hay alguna gaviota lejana que deja oír su grito, entonces ya...... puro regocijo.
Otro beso
Y allí, en tu casa, sin gaviotas, sin ese sol que no acaricia porque le puede la timidez, calentita y sin miedo a un resfriado, con tu cámara preñada de contraluces
ResponderEliminar¿ Has probado a cerrar los ojos, y acercar tu caracola al oído?
Volverán aquellas gaviotas, las caricias del sol, los atardeceres sin artilugios y, tal vez, el recuerdo de aquellos labios con sabor a salitre te hagan suspirar.
Sí, y aquí en mi casa sin ese sol.
EliminarY Sí, tengo una caracola preciosa de adorno que de vez en cuando, en las tardes grises y lluviosas, acerco al oído y veo el sol o escucho la mar. Olas y viento, incluso alguna gaviota. Huele a salitre y arena rubia.
Gracias Actinia por tu comentario.
Siento no haber podido contestar antes.
Un cordial saludo.