martes, 18 de diciembre de 2012


Me encontré una caracola

Estas playas ya no son lo que eran,  cuando recogía  conchas de nácar o alguna piedra pequeña a la que mi imaginación daba forma y  las gaviotas campaban a sus anchas.

Ya no hay gaviotas, se las han cargado.

Solían acompañarme en mis paseos solitarios  y se interponían entre la mar y yo como si fuesen sus fieles guardianas….aunque… ¿y si me guardaban a mi? Siempre he admirado su vuelo ligero y suelto,  y ayer, ni vuelo ni nada. Ya no hay gaviotas.

El tiempo ha levantado su mano gris y húmeda y ha dejado que nos acaricie el sol…bueno…acariciar…acariciar…lo que se dice acariciar….., entre nubes, no vayan ustedes a pensar que se dejó ver con ganas. No señor. Así  con todo, me di un buen paseo por la orilla del agua, rompían algunas olas y la arena húmeda es fácil de pisar con unas  zapatillas de deporte.  Había muy pocas personas, dos o tres con sus perrillos juguetones y alguien con los pantalones remangados dejando que las olas rompiesen en sus tobillos.  Es sanísimo, dicen. Y lo es pero no por estas fechas donde un buen resfriado nos está esperando a la vuelta de la esquina.  Otra persona se estaba bañando.  Yo iba bien abrigadita y recogiendo uno a uno los rayos de sol que se me acercaban.

Las pequeñas olas, al bajar la marea, dejaban su rastro de otras orillas, y se podían ver hojas otoñales que en su color se confunden con la arena, algas, alguna concha, (por cierto creo que recogí las últimas del año). Una de nácar, otra normalita, y un caracolillo minúsculo. Estaba yo toda entusiasmada sacando fotos y más fotos de las nubes, del horizonte, de la mar, intentando hacer contraluces, y todo eso que intenta alguien que solo es aficionado casual a la fotografía y que tiene una maquina de andar por casa.

Se me ocurrió mirar a la arena en lugar de al cielo y allí estaba, una pequeña caracola de esas que cuando las pulen son de un nácar irisado y precioso pero que ésta, lógicamente estaba tal cual surge del agua. Gris, con adherencias de otros animalillos marítimos, pero perfecta, sin un solo roto. Al mirarla por dentro se veía el nácar. Jamás había visto una caracola de este tamaño en estas playas. Y yo tan contenta,  claro. Me encantan estos pequeños tesoros.

Decidí recoger velas y comenzar la retirada. Ya tenía mis trofeos. Dos conchas, eso sí una irisada. Un caracolillo y una caracola, pequeña sí, pero caracola al fin y al cabo.
Ahhhh, y unas fotos estupendas.

¿Recuerdan lo que les comenté del sabor a salitre en los labios?


Tranquilamente, regresé a casa.

4 comentarios:

  1. Y podemos ver a gente que pasea a la orilla del mar enchufados al ipod... Con la de sonidos hermosos que tiene la orilla de una playa!
    Bonito paseo, Deva. Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ellos se lo pierden.
      No hay nada como olvidarse de los ruidos molestos y cotidianos de la ciudad y dejarse llevar por el vaivén de las olas y el sonido al romper a nuestros pies.
      Y si hay alguna gaviota lejana que deja oír su grito, entonces ya...... puro regocijo.

      Otro beso

      Eliminar
  2. Y allí, en tu casa, sin gaviotas, sin ese sol que no acaricia porque le puede la timidez, calentita y sin miedo a un resfriado, con tu cámara preñada de contraluces
    ¿ Has probado a cerrar los ojos, y acercar tu caracola al oído?
    Volverán aquellas gaviotas, las caricias del sol, los atardeceres sin artilugios y, tal vez, el recuerdo de aquellos labios con sabor a salitre te hagan suspirar.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Sí, y aquí en mi casa sin ese sol.
      Y Sí, tengo una caracola preciosa de adorno que de vez en cuando, en las tardes grises y lluviosas, acerco al oído y veo el sol o escucho la mar. Olas y viento, incluso alguna gaviota. Huele a salitre y arena rubia.

      Gracias Actinia por tu comentario.

      Siento no haber podido contestar antes.
      Un cordial saludo.

      Eliminar